Historias de Hollywood: Barbara La Marr “La Keith Moon de los años veintes”
Cuando se describe a un ser humano diciendo que es “demasiado” en algún aspecto de la vida, resulta claro que algo no va bien. Y hasta puede llegar a escalar a extremos poco sanos, si se aplica a personas que carecen de barreras de conducta, a diferencia de la mayoría de nosotros. Durante los años sesenta y setenta, Keith Moon se convirtió en el mejor baterista en la historia del rock (y lo será por siempre si debemos de ser sinceros), pero sin importar sus logros como miembro de una banda tan mítica como The Who… lo cierto es que se le conocía como Moon “the loon”. Traducido al castellano sería algo del estilo de Moon “el demente”. Eso no le quita el mérito de ser reconocido como uno de los músicos más talentosos que existieron jamás. Él fue la versión masculina de lo que Barbara La Marr fue para el Hollywood de la década del veinte. Y no solo por un estilo de vida tan desenfrenado que dejaría boquiabierto a cualquiera; sino por la importancia que ella tuvo para la industria del cine. Ambos fueron en igual medida conscientes del peligro pero incapaces de detenerse ante el cartel que indicaba el final del camino. Sin embargo, La Marr, en contraste con Moon, se separaba del resto de los mortales gracias a un estatus casi divino. Y razón no le faltaba.
Barbara La Marr nació el veintiocho de julio de 1896 en Yakima, Estado de Washington, con el nombre de Reatha Dale Watson. Criada en medio de una familia inclinada al entretenimiento, comienza de niña a presentarse en obras y shows de todo tipo. Siendo apenas una adolescente, se muda con su familia al Estado de California. Allí surge en ella la idea de trabajar en la industria del cine. Para su infortunio, es rechazada de plano por ser demasiado joven. Claro que eso no le impediría el hecho de disfrutar de la noche de Los Ángeles, hasta llegar a tener sus primeros problemas de conducta con la ley. Sin esperanzas de éxito, decide trasladarse a Nueva York. Es entonces que inicia una admirable carrera como bailarina de vaudeville y también en el circuito teatral de Broadway, volviéndose tan buena que realiza giras por gran parte de la costa este. Al regresar a Hollywood, en un intento por esconder un pasado conflictivo (con arrestos varios y hasta siendo víctima de un secuestro), adopta el nombre artístico de Barbara La Marr. No sería la última vez en utilizar una fachada engañosa para salirse con la suya. De hecho, haría lo mismo con el lugar de su nacimiento (para ella el Estado de Virginia), o la cantidad de matrimonios en su vida, al afirmar ser viuda de un ranchero por completo desconocido. Era tan buena actriz que no se sabía cuándo hablaba en serio. Pero era aún mejor…, escribiendo. La futura leyenda de Hollywood decidió abrir las puertas de los estudios de filmación presentando guiones de su propiedad. Fox Film Corporation le ofreció de inmediato un contrato por seis guiones y diez mil dólares de la época. Sin pisar un set de filmación como actriz, ya iba camino a ser millonaria.
Pero era tan guapa que en 1920, impulsada por su amiga Mary Pickford, realiza su primer trabajo frente a cámaras en el film “Harriet and the Piper”. Le seguiría un papel en el drama “Flame of Youth”, escrito por ella misma, bajo la dirección de Howard M. Mitchell. Ese mismo año presenta otros cuatro guiones que, por supuesto, son llevados a las salas de cine con éxito. Al año siguiente la buscaría Douglas Fairbanks para los films de comedia y aventura “The Nut” y “The Three Musketeers”, que contó con la dirección de Fred Niblo, recaudando más de tres millones de dólares. El éxito en taquilla de “The Three Musketeers” dejó al público americano asombrado ante la belleza y el talento de Barbara La Marr. Durante ese año filma “Desperate Trails” un western bajo la productora Universal Film con la dirección de un genio absoluto como John Ford. Ya no hubo vuelta atrás posible para ella. A partir de ese momento solo ascendería hasta convertirse en una estrella indiscutida del cine. Y por lo tanto… se comportaría como tal.
Barbara y su elegancia para posar ante el lente de la cámara.
En 1922 participa en cinco películas, siendo las más destacadas “The Prisoner of Zenda” y “Trifling Women”, ambas dirigidas por Rex Ingram. Si la dupla con Fairbanks resultó exitosa, la de La Marr con Ramón Novarro en esas cintas, vendía entradas de cine por sí sola para la Metro Pictures Corporation. Es el año también de la mejor actuación en la vida de Barbara: presenta al mundo a su pequeño hijo adoptado llamado Marvin. Quienes la conocían en la intimidad aseguraron, años más tarde, que ella tenía tantos amantes a esas alturas que desconocía la identidad del padre biológico del niño. Al parecer, en un intento por salvar su carrera del escándalo público, decidió presentar al bebé simplemente como adoptado.
Es sin dudas el año de 1923 el más prolífico de su carrera, formando parte de nueve films, cinco de ellos bajo un contrato de distribución con First National por alrededor de tres millones de dólares. Barbara La Marr era ya una de las personas más ricas en la industria del cine. También era de las más adictas al alcohol y la heroína. Apodada como “la chica demasiado hermosa” no dormía más de dos horas al día, afirmando de paso que le gustaban los hombres como las rosas: por docenas. Era una hedonista absoluta que vivía de fiesta en fiesta por las noches. Y que apenas probaba bocado para no subir mucho de peso.
Barbara La Marr: la monarca de Hollywood en los sets de filmación.
A pesar del descontrol en el que estaba inmersa, en esta etapa destaca en cintas como “Souls for Sale” junto a Lew Cody, el drama “Poor Men´s Wives” o “The Eternal City”, producida por Samuel Goldwyn. En el film, ubicado en Roma, comparte cartel con Lionel Barrymore, Bert Lytell y, según parece, Benito Mussolini en persona.
La actriz junto al director en un descanso de las filmaciones de "Poor Men´s Wives" (1923).
En mayo de 1923 contrae matrimonio
(por cuarta vez según se cree) con el actor Jack Dougherty. Tal como
recordaría él, ese día ingresó en la hermosa mansión de estuco
marrón y tejas rojas perteneciente a La Marr, emplazada en las
colinas de Hollywood, solo para ser informado de que iban a casarse
sin más. “Hoy vas a casarte.”, fueron las palabras de la actriz.
Y así lo hicieron unas horas después. Con toda la atención de la
prensa, sumada a las sonrisas en las fotografías, solo durarían un
año juntos; aunque jamás se divorciaron de manera legal. En
comparación con el matrimonio, la carrera de Barbara seguía en
ascenso con “St. Elmo”, película de ese mismo año para Fox
Film Corporation, donde comparte escena con la leyenda de John
Gilbert.
Seguiría “Strangers of the Night” en otra colaboración con el director Fred Niblo, gracias a la genial visión de Louis B. Mayer, que la contrata también para un rol en “The Eternal Struggle”, protagonizando a la par de Renée Adorée y Wallace Beery. Sentada en un trono divino, segura de que reinaría por siempre sobre Hollywood, Barbara no tenía intención alguna de aminorar la marcha de su vida. Pronto comenzarían a notarse las grietas por doquier. Sin importar qué tan buena actriz fuese…, seguía siendo humana.
En 1924 La Marr forma parte del film de comedia “Thy Name is Woman” compartiendo el proyecto una vez más con Fred Niblo y Ramón Novarro. También entrega el guion para “My Husband´s Wives” y protagoniza “The White Moth”, distribuida por First National, y que contaba además con un guion de su autoría. Le sigue “Sandra” para trabajar de nueva cuenta junto a Bert Lytell. En el drama de suspenso “The Shooting of Dan McGrew” realiza el papel de una mujer secuestrada junto a su pequeño hijo. Allí repite con Lew Cody para deleite del público. Es el año también en que el genio de Irving Thalberg (quien junto con Paul Bern sería uno de los cimientos de la M.G.M.), se ve obligado a presentarse en los sets de filmación. Su función allí: controlar que la actriz sea al menos capaz de terminar de filmar sus escenas. Las borracheras ya eran constantes, afectando su desempeño frente a la cámara. La salud de La Marr, como pronto sería evidente, se encontraba en caída libre hacia un final anunciado.
Con Lew Cody (izquierda) y su amigo cercano Paul Bern (derecha), asistiendo a una gala de estreno en el año de 1924.
Para 1925, vencida por el peso de una vida de fiestas y excesos, solo logra realizar dos películas: “The Heart of a Siren” y “The White Monkey”, dramas dirigidos por Phil Rosen en los Estudios Universal. Su último rol en el cine llega con el film “The Girl from Montmartre”, junto a Lewis Stone, pero no es capaz de completar la cinta al colapsar en pleno set. La filmación avanza sin ella, con tomas lejanas de una doble como último recurso. No era posible vivir demasiado tiempo más durmiendo solo dos horas al día. Al igual que sucedió con Keith Moon, uno puede desplomarse muchas veces, pero llegará un momento en que ya no será factible el ponerse en pie para continuar.
Con Lewis Stone en el set de "The Girl from Montmartre" (1925).
El treinta de enero de 1926, Barbara La Marr pierde la batalla contra la tuberculosis y la nefritis. Se hallaba recluida en el hogar de sus padres en Altadena, California. Junto a ella tenía a su gran amigo Paul Bern, guionista y productor visionario, quien la acompañó hasta los últimos minutos; siempre estoico para darle algo de calma a una mujer que se creía invencible. Él mismo se encargaría, unos años más tarde, de eclipsar el asombro público causado por la muerte de La Marr. Al dispararse en la cabeza (en un aparente suicidio) mientras se encontraba en su lujoso hogar ubicado en Benedict Canyon, en las afueras de Los Ángeles, desató la tormenta. Esa bala pondría de cabeza a toda la industria del cine. La muerte por arma de fuego de Paul Bern estuvo a piques de acabar por completo con la carrera, de la mujer que era su esposa, en septiembre de 1932. Pero la actriz más importante en la historia de los Estudios M.G.M. apenas logró salir indemne de tal escándalo. Jean Harlow jamás volvería a hablar en público sobre el suicidio de su esposo. Unos días después del funeral de Bern, ya se encontraba filmando la famosa escena del barril, junto a Clark Gable en “Red Dust”, la joya dirigida por Victor Fleming.
Paul Bern en junio de 1925. Amigo íntimo de La Marr y futuro esposo de Jean Harlow.
Las personas como Keith Moon o Barbara La Marr son incontenibles para los límites del mundo que habitamos. Ellos saben que están por encima de cualquier restricción posible y, en cada ocasión que les cae en mano, nos lo recuerdan. Ambos buscaban diversión más allá de los muros del sentido común, porque la muerte no era algo que les preocupase en verdad. Moon gustaba de rebajar los símbolos de estatus de las clases altas, al llevarlos a un rango común, como cuando compró un Rolls-Royce solo para cubrirlo con pintura de pared rosa, y pasearse orgulloso a la vista de todos. En cambio, La Marr se hundía en lujos innecesarios o poses propias de una deidad griega, mientras se rodeaba de mayordomos y mucamas. Cada uno de ellos (a su manera), se alejaba de la realidad que intentaba aprisionarlos. Un día se aproximó a Moon un muy preocupado Ringo Star. Sin demasiadas vueltas le dijo: “Si sigues así, vas a terminar muerto.”, pero el baterista de The Who solo respondió: “Sí, lo sé.”, para seguir con lo suyo como si nada. La Marr dijo: “No puedo darme el lujo de sentir remordimiento alguno.”, al ser entrevistada por la prensa. Las segundas consideraciones no se aplicaban a ellos. Bebían y se drogaban de forma tan salvaje que nos resulta imposible tratar de imaginarnos a la par de sus acciones. En cierta forma..., vivían la vida muriendo un poco cada día. Moon era expulsado de los hoteles, durante las giras de The Who, al tener la costumbre de volar por los aires los baños de las habitaciones usando dinamita. La Marr hacía algo similar, al escribir guiones con protagonistas femeninas tan torturadas como adelantadas a su época, levantando más de una ceja en el público que asistía a las salas. Ambos degustaban el escándalo que creaban con su presencia.
Pero mientras que Moon era tan frontal como el golpe de su batería, la actriz se escondía en un halo de misterio creado por ella misma. ¿Cuántos matrimonios tuvo? ¿Cómo obtuvo el mote de “la chica demasiado hermosa”? ¿Dónde nació en realidad? ¿Su hijo era adoptado? ¿En verdad fue secuestrada siendo una adolescente? Para alguien como ella, que era tan buena escribiendo guiones de películas, no sería difícil inventarse una vida entera. Un aspecto es cierto e irrefutable si se mira con atención, porque al día de hoy, solo existe una Barbara La Marr en la historia del cine. Ella fue una bailarina, escritora y actriz inmensa. Logró hacerse millonaria por cuenta propia cien años antes de que Hollywood se viera invadido por un ejército de gente sin talento, reclamando reconocimiento por no hacer nada en absoluto, como si el mundo les debiera algo solo por el hecho de nacer. Ella falleció unos meses antes que Rodolfo Valentino, convirtiendo a 1926 en el golpe de gracia para el universo del cine mudo. Sin ambas estrellas, los estudios de filmación avanzaron dando tumbos por un par de años más. Pero el daño ya estaba hecho. Ellos descansan en el mismo mausoleo del Cementerio Hollywood Forever, a escasa distancia uno del otro, como lo hicieran en vida. (Hasta fueron pareja de baile por un breve tiempo antes de adueñarse de las salas de proyección del país.) La Marr y Valentino son leyendas inmortales, dioses fundadores de la meca del cine, tal como se propusieron ser. Justo como Barbara La Marr decidió que ocurriría, al adoptar el nombre artístico, por el que aún es admirada hasta nuestros tiempos.
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